UN PEQUEÑO OCEANO
(Imagen pintada por
Paloma Casado)
UN PEQUEÑO OCEANO
Cuando llegó todo le causó sorpresa. El jardín y sus flores. La casa,
su dormitorio y el árbol que acariciaba la ventana. Pero fue la pecera que año
tras año mi padre había creado, lo que cautivó su atención. Miraba y remiraba los
corales, las plantas y sus peces multicolores, sobre todo aquel amarillo y de franjas
azules.
Es cierto que todos disfrutábamos con ese mar nuestro y particular;
tal vez nos perdíamos en sus aguas, relajándonos con el parsimonioso movimiento
de sus habitantes, sin embargo era Nico quien no se apartaba de la pecera. La
conjunción con el pez era extraordinaria.
Ninguno encontramos extraño que se entretuviese de esa forma, hasta
que las horas en las que pasaba junto al acuario fueron más que las de sueño,
comida y aseo.
El pez aguantó cinco años a su lado, los anteriores a la agonía de mi
hermano, a la aparición de unas aletillas en su costado y a esos azules y
amarillos que su piel adquirió.
Fue entonces cuando sospechamos, que la adopción de
Nico no había sido “post morten” de una mujer en una patera, tal y como nos
contaron, a pesar de haber sido encontrado en el océano