miércoles, 9 de octubre de 2013



EMBOSCADA.

El enemigo acechaba. Vigilaba nuestros movimientos. No podíamos verlo sin embargo sabíamos que estaba ahí. Intentábamos protegernos de  una caza certera. Su voz retumbaba con una frase única.
-Es la hora.
Guarecidos entre las sombras esperábamos que abandonara la captura y pudiéramos continuar nuestro camino. Pero el enemigo parecía no ceder en sus continuas amenazas y seguía gritando sin piedad.
-Es la hora.
No teníamos salvación, lo único que podíamos hacer era permanecer  en silencio, sin mover un solo músculo de nuestro cuerpo tembloroso, deseando que no nos encontrara.
La noche iba cayendo.  Sonidos metálicos, como   escudos golpeándose unos con otros, comenzaron a oírse.
El enemigo se aproximaba,  su voz  se escuchaba cada vez más cercana.
Nos acurrucamos uno contra el otro, los dos juntos, hermanos en la batalla.
-Es la hora- esta vez sonó tras  nuestras nucas. Mi compañero quiso salir a descubierto y entregarse, no le dio tiempo. Sin esperarlo, el enemigo hizo aparición, y apresándonos cruelmente dijo.
-No sé quien es peor, si el abuelo o el nieto. ¿No me habéis oído? Vamos a cenar, es la hora.

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